Es importante confiar que todo se dio como se tenía que dar y que hay duelos que representan todo lo que somos: existen duelos a nivel emocional, a nivel cognitivo, a nivel corporal, a nivel conductual y a nivel espiritual.

Por Maru Lozano

Escribir sobre la muerte es difícil porque en realidad ¡no se conoce! Solo se siente, solo se ven sus consecuencias, pero no su forma.  La única manera de estar algo tranquilos es sacando adelante los pendientes; sin embargo, cuando perdemos a ese ser querido, nos vemos obligados a traspasar el ego e ir más allá de lo personal y transitar nuevos caminos hacia lo transpersonal.

De eso sí podemos escribir, del trayecto que se va recorriendo durante la negación, enojo, negociación, depresión y aceptación. Cada quien lo vive a ritmos diferentes y todos los que hemos perdido a alguien, a fuerza tenemos que visitar nuestro interior, bajar la cabeza, sollozar y levantar la mirada para entonces, trabajar, estudiar, hacer lo de todos los días, acompañados de la pena que resalta.

El duelo

Por favor, ten compasión de ti, el duelo es una experiencia humana acostumbrada a los vínculos. Ahora, es importante confiar que todo se dio como se tenía que dar y que hay duelos que representan todo lo que somos: existen duelos a nivel emocional, a nivel cognitivo, a nivel corporal, a nivel conductual y a nivel espiritual.

A nivel emocional aparece la tristeza, el miedo, auto-reproche, irritabilidad, te vuelves insensible, te bloqueas, sientes impotencia, de repente alivio, te confundes, hay un vacío emocional y, finalmente, surge la aceptación.

También somos seres conocedores, así que a nivel cognitivo, primero sentimos que “no es cierto lo que está ocurriendo”, aturdimiento, mucha preocupación por lo que sigue, imaginar la vida sin esa persona, sentir que se le vio, escuchó o soñó a pesar de estar fallecida, sentir que no es verdad que está muerto, recordar el pasado, poco optimismo.

Como seres humanos tenemos un cuerpo, así que a nivel corporal se siente la pérdida y manifiesta el duelo con fatiga, de pronto no queremos ni movernos, nos desatendemos físicamente, nos falta el aire, nos molesta el ruido, nos mareamos, sentimos debilidad y un vacío en el estómago que nos despersonaliza.

Y como somos seres que actuamos en consecuencia, a nivel conductual comenzamos el trayecto doloroso deambulando, pensando mucho en la persona que falleció, evitamos los espacios que nos pueden conectar con la pérdida, suspiramos y lloramos, atesoramos los objetos que le pertenecían, hablamos en voz alta con ese ser trascendido, nos sentimos algo apáticos ante los hábitos placenteros, no queremos sexo, no deseamos ni bañarnos y cuesta conciliar el sueño.

¿Qué nos sucede a nivel espiritual? 

Perdemos la brújula que daba sentido a nuestra vida, nos decepcionamos y enojamos con Dios, pero enseguida nos volvemos más devotos, con pocas ganas de vivir, pero después de la crisis vuelve la fe.

En fin, la experiencia es tan íntima y tan personal que en ocasiones necesitamos atención integral con un médico, un guía espiritual, apoyo en general y un experto en tanatología para acompañar eficazmente cuando ya ha pasado mucho tiempo y el dolor interfiere en el avance.  Transita el dolor y atesora el privilegio de crecer a partir de él porque ese tormento emocional nos dice algo muy importante: eres capaz y es momento de moverte un poco más.

Yo creo que, al que ahora es espíritu entero, lo puedes acurrucar interno y  venerar con tus actos buenos. Literalmente: ¡Vale la pena!

Espera un momento…

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