Sin intenciones negativas, pero resultados desafortunados, el que los padres terminen prácticamente pensando y hasta actuando en lugar de sus hijos, no les permite a estos desarrollar sus capacidades al máximo. Interfieren e interrumpen su proceso de maduración emocional
Por Psic. David Sotelo Felix
Envidiable una relación cercana y armoniosa con nuestros padres, donde hay confianza, afecto y apoyo. Un desperdicio de experiencia y sabiduría de vida el no acercárseles en momentos de duda y complicaciones. Pero ¿qué pasa cuando la relación es demasiado estrecha, hasta sofocante? ¿Cuando pareciera que el hijo o hija no puede dar paso sin consultarlo con mamá y/o papá? ¿Cuándo una relación de dos se vive en los hechos como una de tres o cuatro?
Todo comienza con el amor ansioso de mamá y/o papá. El educar, cuidar y proteger se convierte en sobreprotección. ¿Y de dónde viene esta supervisión y dirección excesiva? De una incapacidad de confiar en que los hijos saldrán adelante con los desafíos que les toque enfrentar. Es como si mamá y/o papá creyeran que amar es sinónimo de controlar.
Sin intenciones negativas, pero resultados desafortunados, el que los padres terminen prácticamente pensando y hasta actuando en lugar de sus hijos, no les permite a estos desarrollar sus capacidades al máximo. Interfieren e interrumpen su proceso de maduración emocional. Resultado: hijos e hijas inseguros, alérgicos a correr riesgos, ansiosos y dependientes.
La manipulación y el chantaje
Otro componente importante en este tipo de dinámica de relación padres-hijos es que el hijo recibe altas dosis de manipulación y chantaje por parte de mamá y/o papá desde pequeño. Se le enseña que ser buen hijo, buena persona, es obedecer y escuchar siempre a sus padres. Cuando no lo hace recibe castigos y consecuencias desagradables de todo tipo.
Atrapado bajo la tutela y autoridad de sus padres se acopla y somete. Podrá hacerlo convencido o resentido, no importa, pero queda establecida esa dinámica de no dar paso sin recurrir a alguno de sus padres para recibir prácticamente la orden de qué hacer con una situación o problema dado.
Ahora, si ese hijo o hija nunca se casara o hiciera vida en pareja, este insano patrón de relación podría perpetuarse sin tanto conflicto, pues no habría una pareja a la que se le estaría restando atención o importancia. La emancipación psicológica y emocional de los padres podría quedar sin realizarse, quedándose en estado hijo hasta la muerte o incluso posterior a ella, de sus padres.
Hasta se podría argumentar que algunas personas que nunca se casan o terminan divorciadas rápidamente tienen en el fondo un problema de mamitis o papitis. De esa manera, no tienen que resolver los conflictos inevitables que se tendrían al querer seguir bajo la tutela parental y, a la vez, querer centrar la vida alrededor de una pareja o la propia familia una vez que comienzan a venir los hijos propios.
¿Tienen una relación armoniosa?
Entonces, ¿Cómo saber si estamos cayendo en mamitis o papitis o simplemente tenemos una armoniosa y cercana relación con nuestros Padres? Decisiones importantes como: qué se va a estudiar, dónde trabajar, quiénes son nuestros amigos, qué hacemos con nuestro dinero, incluso, a quién elegimos como pareja, todas o casi todas las decisiones tienen que recibir la autorización y aprobación de mamá y/o papá.
Al hijo(a) le causa conflicto el solo contemplar (ya no digamos hacer) algo distinto a los deseos de mamá y/o papá. Acude casi siempre primero o exclusivamente a su madre o padre antes que a su pareja, amigos u otras personas. Cuando vienen los hijos, es decir, los nietos de esos papás, estos son los que tienen la última palabra sobre cosas como a qué guarderías y escuelas acudirán los nietos y hasta qué religión van a practicar. La pareja es una figura débil que para sobrevivir tiene que someterse o al menos tolerar el matriarcado o patriarcado que en los hechos ejercen los abuelos.
Ahora es importante aclarar que la emancipación madura de los padres no significa que entonces hay que ignorarlos, rechazarlos enérgicamente o ya nunca prestarles oído. También es lamentable permanecer sordo ante la experiencia y sabiduría de vida con la que cuentan los padres. Siempre hay que escuchar no solo a nuestros padres sino a otras personas también que consideremos de respetable criterio.
Sin embargo, lo que difiere al adulto mental y emocional del adulto que permanece infantil en este respecto es que el primero asume la responsabilidad de sus decisiones y acciones. Si escucha, pero él o ella tiene la última palabra sobre su propia vida, lo sabe y lo asume y, por lo mismo, decide.
El resultado será que a veces si coincide con mamá y/o papá y todos contentos. Pero en otras no. De hecho, a veces no coincidirá ni con mamá, papá o pareja, y en una valiente soledad tendrá que decidir basado en su propio criterio. De cualquier manera, no resulta nada fácil para alguien con una vida de obediencia, dependencia y gran necesidad de complacer a sus padres. Podrá entender y aceptar la lógica de quienes le observan lo insano de su relación, pero hacer los cambios necesarios le podrán resultar complicadísimos. Por fortuna, para eso existe la psicoterapia.