Con una franca sonrisa y un rostro enmarcado con los plateados destellos de un cabello que luce al natural, habló sobre sus carencias y los tesoros más valiosos de su existencia

Por Jeanette Sánchez Y Saida Muriel

 “Una mujer apasionada”, así se autodefine Luisa Thomas, quien ha visto en el fisicoculturismo una forma de bienestar, no solo para su cuerpo sino para su espíritu.

Con una franca sonrisa y un rostro enmarcado con los plateados destellos de un cabello que luce al natural, Luisa habló con temple de acero sobre la vida de carencias que enfrentó desde su infancia, pero al mismo tiempo le ha dado los tesoros más valiosos de su existencia. Fuerza, carácter, determinación, amor y, principalmente, pasión son algunas de las joyas de ese tesoro que hoy le da valor y fortalece a Luisa.

 “Una de las cosas que me ha gustado del fisicoculturismo es que cuando yo iba a competir por primera vez en la categoría de Bikini Fitness, le comenté al entrenador que no estaba lista, entonces él me dijo algo que me marcó: nadie está listo”, puntualizó.

 

Una mujer que inspira

Para Luisa la vida no ha sido fácil, pero por encima de todo hoy su temple y confianza no solo se reflejan en ella, sino que inspiran a quienes la rodean.

“Yo vengo de una familia de seis hermanos que fuimos abandonados por nuestra madre, ella se fue, yo era la más chica, así que desde niña sentía un gran vacío, pero a la vez aprendí a vivir en soledad, a estar conmigo misma. Mi papá era maestro rural, él se iba con mis hermanos, porque todos estudiaban y yo me quedaba sola desde los 3 o 4 años”.

Debido al trabajo de su papá, vivieron en varios poblados entre los estados de Puebla, Veracruz, Oaxaca, pero Luisa recuerda que fue en Antón Lizardo, Veracruz donde vivió una etapa muy feliz.

“Yo nací en Tehuacán, Puebla, mi papá fue fundador de varias escuelas en la región y por esta condición nos movimos varias veces de lugar de residencia y fue en Veracruz donde conocí la convivencia familiar, con tías, mis hermanos, todos comíamos en una mesa muy larga que estaba en el patio, llegaban mis primos de la Escuela Naval y compartíamos la comida, me sentía feliz. Luego uno de mis hermanos tuvo una infección en el pie y debido al clima tan húmedo no lograba mejoría, así que nos regresamos a Tehuacán”.

Toda la calidez familiar que experimentó en Veracruz terminó al volver a Puebla.

“Mi papá era muy severo, muy estricto, nos educó con golpes. Cuando él decía que nos iba a disciplinar ya sabíamos que venían los golpes. Para mí la palabra disciplina tiene una connotación muy fuerte, yo no uso esa palabra en mi vocabulario, no me describo ni acepto ser una mujer disciplinada. Ahora con el tiempo me describo como una mujer apasionada, porque cuando algo te apasiona y adoras hacer las cosas con amor, con ganas eso supera a la disciplina”.

 

Surgir de entre las cenizas

Luisa recuerda que tenía unos 4 años cuando su mamá se fue de la casa, luego la vio un par de veces más, en una de ellas, cuando tenía más o menos 9 años, ella la buscó para pedirle que la dejara vivir a su lado.

“Le hablé con lágrimas en los ojos, pero ella no me acogió, me regresó con mi papá, aun cuando le conté sobre los abusos que cometía conmigo, desde físicos hasta sexuales, le rogué, pero ella ya vivía en la Ciudad de México, no podía tenerme a su lado”.

“Esa experiencia me hizo sentir que estaba en un hoyo del que quería salir, pero no sabía cómo. Luego, a mis 11 años, ya no aguanté y me salí de la casa para ir a un pueblo cercano donde mi mamá tenía un restaurante, me llevé a un hermano, ahí me di cuenta de que mi mamá tenía otra hija”.

El padre de Luisa la hizo volver a casa para que terminara sus estudios, pero los abusos continuaron y ella escapó varias veces más sin lograr hallar una nueva vida.

Escapar fue nuevamente la opción para Luisa, pero fue su madre quien la buscó y le dijo que si no regresaba al trabajo la tendría que llevar a un internado o al DIF para que la canalizaran a un centro juvenil.

“Elegí irme al internado donde iba a poder estudiar para ser maestra rural, pero descubrí que si yo no hablaba una lengua indígena no calificaba. Así que me fui con unas amigas y empecé a trabajar en una fábrica de costura. Ahí conocí a una amiga que había vivido lo mismo que yo en su casa y nos queríamos mucho”.

“Luego de vivir con otras muchachas, me recomendaron a una señora que me llevó a su casa, lo que yo no sabía que ella era una abusadora, me explotaba, me sacó de trabajar de la fábrica, me quitaba mi dinero, incluso me amenazaba con dañar a mi familia, me golpeaba, me vendía, yo tenía unos 14 años y así viví casi dos años, busqué escaparme varias veces. Se me ocurrió ir escondiendo propinas extras que me daban, las metía en las costuras de mi ropa para que no me descubriera, así logré reunir dinero y le pedí a un trailero que me llevara a Ciudad de México”.

Aunque el plan era buscar a su hermano que era militar, al llegar y no saber en qué base militar estaba, no tuvo más remedio que volver. 

 

De cara a la maternidad

Fue entonces que Luisa se convirtió en madre, una situación que llegó a atemorizarla al creer que su pasado podría haber afectado su capacidad de cuidar y criar a otro ser humano.

“Viví varios años en Tijuana, ahí me iba muy bien, trabajaba en una empresa multinivel y logré tener mi propia casa, me casé con un estadounidense y tuve otros dos hijos. Mi estabilidad era tanta que ni siquiera me preocupé por arreglar mis papeles migratorios, pero un día mi esposo me dejó”.

Con su visa de turista casi por vencer y sin posibilidad de poder renovarla debido a su estado civil. Quedarse sola llevó a Luisa a hacer un compromiso con ella misma para ser una buena madre, se dedicó a sacar adelante a sus hijos con sacrificios, llegó a tener hasta tres trabajos.

“De hoy en adelante hay mucho que trabajar y mucho por hacer para salir adelante, pero de todo lo que he vivido no cambiaría nada, porque todo eso hizo que yo llegue a donde estoy en este momento y eso no lo cambio por nada”, concluyó.

Espera un momento…

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