“A los cuatro años ya dibujaba todo el tiempo, ponía mis dibujos en las paredes de mi cuarto, mi abuelo Laco tenía una imprenta en Tuxtla Gutiérrez y en unas vacaciones que llegué me recibió con muchísimos cuadernos con buen papel para dibujar, estaban engargolados y en la portada decían «Masha Pintora», todos los usé”

Por Jeanette Sánchez

 De familia chiapaneca, Masha Zepeda nació en Moscú, Rusia, en 1964, desde 1985, ha participado en exposiciones en Argentina, España, Estados Unidos, Italia y, por supuesto, México.

Hija del finado escritor, poeta y político mexicano Eraclio Zapeda y la poeta, escritora y ensayista mexicana Elva Macías. Ha sido directora del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, curadora del Museo Carrillo Gil del INBA y artista del Museo Guggenheim de Nueva York.

Su obra figura en el Banco Internacional, el Centro Cultural San Ángel, el Consejo Estatal de Cultura de Chiapas, el Grupo Buenaventura, el Patronato Jaime Sabines, la Pinacoteca 2000 y otras colecciones privadas, dentro y fuera de México.

Desde 2007, vive en la región Tijuana-San Diego, al lado de su esposo e hija, donde es parte activa de la comunidad binacional artística.

 

¿Cómo fueron tus años de infancia?

Tuve la fortuna de tener una niñez plena, muy divertida y muy arropada, durante nueve años fui hija, nieta y sobrina única, por lo que mis abuelos y tíos me procuraban y consentían muchísimo. Nací en Rusia de padres mexicanos, en la prensa de Tuxtla Gutiérrez publicaron «Primera chiapanequita que nace en Moscú», no tuve hermanos, pero sí fui muy amiguera.

Pasaba las vacaciones en Chiapas, donde mis abuelos me dejaban hacer obras de teatro mientras que en mi escuela primaria fundé un periódico infantil «La Paloma Mensajera» y una vez cada 45 días el comedor de mi casa se volvía redacción con la paciencia de mis padres que nos apoyaban en todo.

Siempre he amado a los animales, en especial los gatos, en casa tenía una perra, conejos, un gallo, canarios, una rana, hámsters, un pez, tortugas y una gata. Recorrí el país con mi padre, los dos amamos la geografía, por lo que los viajes y los mapas fueron parte fundamental de mi niñez.

Fuimos siempre una familia muy unida, compacta y portátil -como decía mi papá- disfrutábamos los fines de semana irnos a una casita de campo frente a los volcanes Popocatépetl y e Iztaccíhuatl, ahí mi papá me regaló un caballo que se llamaba «Duraznito», dábamos grandes recorridos; por la noche, prendíamos la fogata y escuchábamos relatos, la conversa siempre fue fundamental en mi infancia.

¿En qué momento descubres tu afinidad por el arte?

Desde niña, a los cuatro años ya dibujaba todo el tiempo, ponía mis dibujos en las paredes de mi cuarto, mi abuelo Laco tenía una imprenta en Tuxtla Gutiérrez y en unas vacaciones que llegué me recibió con muchísimos cuadernos con buen papel para dibujar, estaban engargolados y en la portada decían «Masha Pintora», todos los usé.

Ya en la CDMX mi mamá me permitió pintar en una pared de la cocina que era muy larga e iluminada; cada tanto, cuando el espacio ya estaba saturado, se pintaba de blanco y nuevamente comenzaba a trabajarlo, una figura determinante para mí fue el pintor chiapaneco Carlos Jurado, era el mejor amigo de mi padre y vivía con su familia en el mismo edificio que nosotros, él tenía su taller ahí y yo iba mucho a visitarlo, me encantaba verlo pintar y regresaba a casa aún más motivada para seguir trabajando. Así como no recuerdo una sola etapa de mi vida sin gatos, no recuerdo un día sin el arte, ya sea dibujando, pintando, haciendo objetos, o bien, estudiándolo.

 

¿Cómo inicias tu formación académica en el arte?

Creo que fue fundamental que mi mamá me llevara a los museos de arte desde muy pequeña todas las semanas, aunque me considero autodidacta, estudié en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) de la UNAM, tuve tres maestros que me fueron reveladores: Gutiérrez Aceves de Historia del Arte, Luis Nishizawa de técnica de materiales e Ignacio Salazar de pintura, creo que me sentaron las bases y luego decidí dejar la escuela, montar mi taller y trabajar.

Fui la segunda generación en ganar la Beca de Jóvenes Creadores del FONCA y tuve dos tutores espléndidos: Roberto Cortázar y Fernando Leal, ellos me dieron una perspectiva y formación del arte integral donde el tema, el formato, la técnica, la expresión, la composición, la paleta y el crear un mercado son partes inseparables del proceso creativo.

Después tomé varios cursos con Alberto Castro Leñero que me enseñaron muchas más posibilidades, creo que es actualmente el pintor mexicano vivo más interesante y vital que tenemos.

¿Qué temática y técnica te definen como artista?

Siempre me ha interesado la preservación del medio ambiente por lo que los paisajes y animales son fundamentales en mi obra, me impresiona mucho todo lo que voy viendo cuando viajo, cuando camino, cuando voy de paseo, cuando recorro un museo y las imágenes te van dando tanto, pero también la vida cotidiana me llena de posibilidades, así los «paisajes interiores» también me encantan: el interior de tu casa, la mesa del comedor, la cocina, las habitaciones, el patio, las plantas y mascotas son continua fuente de creación.

Me gusta mucho pintar al óleo, siento que es pintar de verdad, sentir su olor, depender de sus tiempos de secado, las texturas que puedes lograr, pero también me encanta dibujar y ahí uso de todo, desde lápices de colores, plumones, tinta, acuarela, acrílico, pasteles, carbón, gouache, tinta de nuez, café.

 

¿Cómo fue tu llegada a esta frontera?

La primera vez que vine a Tijuana fue en 1984 y me impresionó muchísimo todo, que fuera tan distinta a Chiapas y la CDMX, luego Nina Moreno me invitó a exponer en su galería que tenía frente al Parque Teniente Guerrero y la muestra resultó muy bien, por lo que ya cada año exponía con ella, lo que me permitió formar un mercado e ir haciendo muy buenos amigos, después me invitaron a participar en Art Walk en San Diego, eso me hizo venir dos veces al año con mi hija y mi esposo que también disfrutaban mucho de la región.

En 2007, invitaron a mi esposo a trabajar en el Cecut y no lo dudamos, teníamos ya tiempo pensando en que nuestra hija creciera fuera de la CDMX y nos encantó la idea que fuera acá. Es la mejor decisión que como familia hemos tomado.

 

Espera un momento…

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