Acompañar en el duelo es, en esencia, un acto de amor y humanidad compartida. Reconoce que el sufrimiento es parte de la vida y que no estamos hechos para enfrentarlo en soledad”

Por Angélica Mercedes Monteón Beltrán

El dolor ante la pérdida de un ser querido es como atravesar una neblina densa que no nos permite ver con claridad el camino. El duelo es una experiencia profundamente humana que nos enfrenta a una de las realidades más inevitables: la muerte de quienes amamos. Hablar de la muerte y del duelo sigue siendo, incluso hoy, un tema que muchos prefieren evitar. Sin embargo, como señaló Elisabeth Kübler-Ross, una de las grandes pioneras en el estudio de la muerte y los procesos de despedida, darles voz y espacio permite transitar con mayor dignidad y esperanza esos momentos de pérdida.

En esos instantes, el mundo cotidiano parece transformarse en un territorio extraño. Lo que antes era sencillo se vuelve confuso y pesado, y la vida se percibe como envuelta en una niebla que nubla los sentidos. Acompañar el duelo no significa disipar esa neblina de inmediato ni ofrecer soluciones rápidas al sufrimiento; se trata, más bien, de estar presente en la realidad, aceptando que el camino será incierto y que cada paso requerirá tiempo.

El valor de acompañar radica en brindar una presencia serena, capaz de sostener sin invadir y de escuchar sin juzgar. En este contexto, la compañía se convierte en un faro tenue que, sin pretender eliminar la oscuridad, ayuda a que la persona doliente no se sienta sola en medio de ella.

 

El proceso

La manera en que percibimos el mundo y nuestras creencias puede cambiar durante el duelo, incluso nuestra fe o nuestras certezas más profundas. Esto es parte natural del proceso; no hay que sentir culpa ni miedo. Cada duelo tiene un ritmo particular: algunas personas necesitan hablar con detalle de lo vivido, mientras que otras buscan resguardarse en la quietud; algunas buscan compañía constante y otras prefieren espacios solitarios. Respetar estas diferencias es fundamental, pues el duelo no sigue fórmulas universales ni se ajusta a calendarios externos. El acompañamiento, por tanto, es un ejercicio de sensibilidad y paciencia que se adapta a cada etapa y necesidad de la persona doliente.

Con el tiempo, la neblina comienza a ceder. No porque la pérdida desaparezca, sino porque el corazón aprende a convivir con ella. El recuerdo se transforma, el dolor se vuelve más llevadero y poco a poco es posible retomar la vida con mayor claridad. La compañía recibida deja una huella invaluable: haber tenido a alguien dispuesto a estar allí, sin prisas ni exigencias, marca la diferencia entre sentirse perdido y vislumbrar un camino posible.

Acompañar en el duelo es, en esencia, un acto de amor y humanidad compartida. Reconoce que el sufrimiento es parte de la vida y que no estamos hechos para enfrentarlo en soledad. Quien elige permanecer junto a alguien en la neblina del dolor no solo ayuda a recuperar fuerza, también aprende a mirar la vida con mayor profundidad, gratitud y compasión.

 

La autora es psicóloga clínica, especialista en tanatología y terapia breve estratégica.

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