Si logro inspirar aunque sea a un joven, con eso estoy tranquilo
Por Ana Patricia Valay
José Ramiro Cárdenas Tejeda nació en Ensenada y creció en una familia numerosa: “soy el cuarto de siete hijos”. Su infancia transcurrió entre las responsabilidades del hogar y el negocio familiar. Su padre, recuerda, era “muy, muy, muy trabajador” y les inculcó valores simples pero firmes: el valor del trabajo, el esfuerzo, el orden, la limpieza, la honestidad.
También creció rodeado de mujeres. Antes que él nacieron tres hermanas y después, llegaron otras tres. Esa convivencia marcó su visión del mundo: “De ellas aprendí mucho, creo que las mujeres siempre fueron superiores”. Aseguró que desde niño admiró cómo “siempre fueron echadas para adelante, guerreras, a la fecha, todavía”.
El trabajo llegó temprano. Desde que tiene memoria, ayudaba a su padre en el negocio familiar. De adolescente, recorría largas distancias para abastecer las sucursales familiares. “Hacía 400 kilómetros diarios”, contó. “Estaba en kinder y, desde entonces, todos los días de mi vida trabajé”.
Para él no había excepciones: ni en Navidad ni en Año Nuevo dejaba de trabajar. Su padre solía repetirle que había que trabajar más “cuando había más trabajo”, y José Ramiro lo asumió como ley.
El día que decidió cambiar su destino
En la preparatoria, una compañera abrió una ventana inesperada. Le preguntó qué pensaba estudiar, algo que jamás se había planteado. Ella le sugirió una carrera en el ámbito administrativo y financiero. “Eso me hizo ruido”, recordó. Pronto, descubrió que en Ensenada no existía ese programa académico y que tendría que estudiar en Tijuana.
Convencido, le propuso a su padre un plan imposible para la mayoría: “Le dije que iba a ir y venir diario. Que podía seguir trabajando y estudiar en Tijuana”. Pero su padre se negó una y otra vez. Tenía otros planes: quería que se quedara a cargo del negocio y de la familia si algo le ocurría.
La discusión llegó a un punto de quiebre. Su padre tomó una decisión tajante: “si te vas, no quiero volverte a ver”. Después le dio una patada a la puerta y aventó su ropa. José Ramiro tenía apenas 16 años.
Fue un momento duro, pero decisivo. “Ese día entendí que la vida iba a depender de mí”, dijo hoy sin rencor. Se fue a Tijuana con el apoyo temporal de una tía, decidido a estudiar y trabajar para financiarse solo.
Consiguió empleo rápidamente en una refresquera, respaldado por una experiencia insólita para su edad. “Desde los cinco años trabajaba, hacía inventarios, manejaba, entregaba mercancía”, relató. Entró como ayudante y ascendió rápidamente. Mejoró procesos y se convirtió en un empleado clave.
Al mismo tiempo, comenzó la universidad, y su rutina se volvió maratónica: trabajaba de seis de la mañana a cuatro de la tarde y entraba a clases a las cinco, para salir hasta las diez de la noche. Sin embargo, él no lo vivía como un sacrificio, al contrario. “Comparado con lo que hacía antes, estudiar y trabajar se me hacía facilísimo”, recordó con una sonrisa que todavía se escucha en su voz.
Vivió cuatro años en el cuarto de máquinas del hotel de un tío. Un espacio reducido y ruidoso que le permitió ahorrar y mantenerse de pie.
La educación como punto de inflexión
La universidad cambió su destino. Lo expresa sin matices: “La universidad me hizo la vida”. Allí descubrió que muchas de las cosas que hacía desde niño —ventas, inventarios, contabilidad práctica, hojas de cálculo improvisadas— tenían estructura, nombre y método. Ese hallazgo fue transformador.
“Yo ya hacía hojas de cálculo sin saber que se llamaban así”, dijo entre risas. La educación formal le dio la oportunidad de ser no solo un buen trabajador, sino un líder capaz de entender procesos, corregir, innovar y gestionar con claridad. Aprendió derecho, finanzas, ventas y administración, conectando siempre la práctica con la teoría. Comprendió que la formación no sustituye la experiencia, pero la orienta, la ordena y la potencia.
Propósito: familia, comunidad y un mensaje para quienes vienen detrás
Con los años, su vida tomó un rumbo más amplio que el empresarial. Se casó con Amelia —“Maye”— hace cuarenta años y juntos formaron una familia con cuatro hijos. Habla con especial emotividad de su hijo autista, hoy biólogo marino: una presencia que describe como “una bendición” y una escuela diaria de amor y paciencia.
A lo largo de su trayectoria, José Ramiro ha sido consejero universitario, presidente del patronato de la UABC, vicepresidente regional de BBVA y miembro del Consejo Consultivo Nacional de Coparmex. Ha acompañado a jóvenes, otorgado becas e impulsado talentos. “Si logro inspirar aunque sea a un joven, con eso estoy tranquilo”, afirmó.
En su mirada, el propósito se construye con las mismas tres palabras que guiaron su vida: humildad, trabajo y educación, y con la convicción con la que a los 16 años eligió su propio camino.
Antes de despedirnos, le pregunto qué consejo le gustaría dejarles a los jóvenes. Su respuesta es tan clara como su mirada: “Yo quisiera que los chavos entendieran que están viviendo un momento que va a cambiar. Lo que estás viendo ahorita no va a ser mañana. Ve pensando qué quieres ver mañana para que tú hagas tu propia visión y comiences a caminar hacia ese rumbo. Lo que sea, lo que sea”.
Pasión por:
• Un café por las mañanas y una copa de vino
• El senderismo y la pesca
• Música relajada y, sobre todo, el jazz
• Disfrutar de las pequeñas cosas de la vida: su taza favorita, “sus botanitas” y caminar conectado con la naturaleza